Pearl, Octubre de 1997: Un joven de 17 años asesinó a su novia y una compañera de clase en le colegio de Pearl, Mississipi, después de asesinar a su madre a cuchilladas.
Arkansas, Marzo de 1998: Dos niños de once y trece años dispararon contra sus compañeros de colegio con fusiles comprados por el abuelo de uno de ellos. Mueren cuatro menores y una profesora.
Pensilvania, Abril 1998: Un escolar de catorce años acudió con una pistola a una fiesta de la Parker Middle School y mató al profesor de gimnasia e hirió de gravedad a otros dos compañeros.
Oregón, Mayo 1998: Un joven de 15 años disparó contra sus compañeros de colegio, mató a dos de ellos e hirió a otros 22 en una escuela pública de Springfield con un rifle semiautomático y dos pistolas, después de asesinar a sus padres.
Columbine, Abril 1999: Dos estudiantes de 17 y 18 años armados con un fusil de asalto, dos escopetas, un revólver, un centenar de balas en cargadores de reserva y explosivos, mataron a 13 personas e hirieron a 23 en la escuela de Columbine, antes de suicidarse. Ésta ha sido la mayor matanza en un colegio estadounidense en la última década.
California, Marzo 2001: Un estudiante de 15 años de la escuela de Educación Secundaria Santana de Santee abrió fuego contra sus compañeros de colegio y mató a dos personas e hirió a otras 13, airado por la discriminación que creía sufrir.
Virginia, Enero 2002: Peter Odighizuma, un alumno de 43 años que había sido expulsado de la Facultad de Derecho y al que los médicos consideraban «una bomba de relojería», asesinó a tres personas en un tiroteo, entre ellas al decano de la facultad.
Florida, Febrero 2004: Un menor de 14 años murió degollado en el baño en una escuela de secundaria de Miami. Michael Hernández, también de 14 años, está acusado del asesinato y planear matar a otro compañero. Su defensa alega que padece una «demostrada esquizofrenia».
California, Marzo 2005: La Policía acusó a dos adolescentes de 15 y 17 años de conspirar para asesinar a profesores y estudiantes en el instituto católico de Saint John Bosco en el estado de California. Estos dos jóvenes habían dibujado un plano de la escuela con lugares en los que colocarían bombas y habían realizado un viaje a una armería para adquirir pistolas. La fecha para el asalto era el 22 de abril de 2005, dos días después del sexto aniversario de la matanza del instituto de Columbine.
Esta información está extraída del día 22 de marzo del año 2005, de la página web del diario La Voz de Galicia
(http://www.lavozdegalicia.es/hemeroteca/2005/03/22/100000066107.shtml); sin embargo, desde el 2005 aún se han llevado algunas matanzas más de estudiantes en sus colegios, y algunas de ellas se han producido en Europa, cosa hasta entonces insólita.
A un nivel mucho más bajo de violencia y agresividad, sin duda, pero no por ello menos destacable, las informaciones de alumnos que agreden verbal y/o físicamente a profesores, o de padres que incurren en lo mismo no dejan de aparecer en la prensa de nuestro país. Lo mismo sucede con la violencia y el llamado bulling entre compañeros de colegio. ¿Qué ocurre?
Se considera que, respecto a la violencia entre los jóvenes, cabría distinguir tres aspectos. Primero, en los casos más extremos, como el sucedido en Columbine o otros ya comentados es muy probable que los homicidas tengan enfermedades mentales. Este hecho, si bien no los justifica en absoluto sí hay que distinguirlos de aquellos que, conociéndose sanos mentalmente, igualmente incurren en violencia. Aún así, y respecto a a aquellos que padecen enfermedades mentales hay que preguntarse cómo llegaron a sufrirlas. ¿Vivían en familias desestructuradas?¿la sociedad en la que viven potencia la violencia con la consentida posesión de armas?¿Qué tipo de educación recibieron, si es que la hubo? Y los medios de comunicación, ¿qué trato dieron a la violencia?
En el caso de aquellos jóvenes que no sufrían ningún tipo de enfermedad mental el papel del Estado es esencial. En Nueva York se produce un herido por arma de fuego cada 88 segundos. En Estados Unidos los ciudadanos poseen más pistolas y rifles per cápita que los ciudadanos de otros países. Existe también un temor generalizado y realista de ser atracado y asaltado y el deseo lógico y consecuente de proteger la vida y las propiedades. Si los medios de comunicación y mucho del cine que se produce en Estados Unidos reflejan violencia e inseguridad, como sostienen algunos analistas y también el conocido director Michael Moore, ¿no es hasta cierto punto «correlativo» que los jóvenes decidan emplear las armas para librarse de ciertas situaciones o personas que no les satisfacen o que les «molestan»? La llamada Cultura de la Paz no tiene cabida en los informativos, en las películas, en muchas políticas. ¿Cómo van a adoptarla los jóvenes hijos de estas sociedades? No la ven. Se da entrada antes a una guerra o atentado en un informativo que a la concesión del Premio Nobel de la Paz, por ejemplo.
Otro aspecto tiene que ver con la tan comentada crisis en la educación de las familias. Se habla de la falta de autoridad de los padres, de la escasa imposición de límites, del desbordamiento en la educación de sus hijos. A todo esto, según analistas y educadores, debe sumársele la caracterización de «la generación de la prisa», donde todo lo que antes se experimentaba con 17 ó 18 años ahora está probado con 13 ó 14, según palabras de Jesús Álava Reyes, especialista en psicología educativa y clínica. Respecto a esto último se hará una puntualización. Hoy en día se puede comprobar cúanta preocupación tienen los padres respecto a la educación de los hijos e hijas, creo que son escasos los progenitores que se desentienden de su formación como personas responsables y buenas. Pero hay que entender también que hoy día la buena educación debe salvar muchos obstáculos: horarios extenuantes de trabajo; estímulos excesivos para los niños -televisión, consolas, consumismo, actividades extraescolares, actividades lúdicas…- en comparación con las generaciones anteriores, que en muchos casos se contentaban con jugar en las calles del barrio. Otro obstáculo es el alto nivel de exigencia de competitividad de las sociedades occidentales, lo sufren los padres y por extensión los hijos también. Y a añadir, la inseguridad de su futuro: antes los padres podían motivar a los niños y niñas para que estudiaran y se esforzaran para tener una carrera universitaria que les llevaría a tener una profesión estable y un sueldo digno. Hoy en día no es suficiente con tener una carrera, debes tener idiomas, un máster, viajar al extranjero y esforzarte mucho y, aún así, es posible que sólo consigas ser mileurista y compartir piso con otros mileuristas de tu edad.
Es difícil tratar de encontrar las causas de este aumento de violencia en los jóvenes, se dice que la base es la educación y probablemente sea así, sin embargo hay que pensar en que es probable que ésta sea una de las épocas donde educar a un hijo resulte mucho más difícil que antes, donde el bofetón y la disciplina excesiva estaban a la orden del día en las casas y las escuela. Es posible que encontrar el término medio sea complicado, pero habiendo salido de un extremo la incertidumbre y la crisis actual puede llevar a asentar unas bases sólidas para una educación en valores positivos. Las crisis, en muchos casos, llevan a la estabilidad porque es en ellas cuando se cuestionan las ideas y se prueban constantemente las soluciones.
Cristina González Pilar