El pasado 29 de octubre la fiscalía de Nápoles difundía un vídeo donde se veía el asesinato de un hombre a manos de un sicario de la Camorra, la mafia local italiana. Su objetivo era para pedir la colaboración de aquellos transeúntes o televidentes para identificar al asesino y a algún cómplice. El vídeo está colgado en muchas páginas, a estas alturas, una de ellas es en la web del mundo: http://www.elmundo.es/elmundo/2009/10/29/internacional/1256830908.html
El vídeo, que no describiré con exhaustividad por razones obvias –quien quiera que lo visualice- muestra el asesinato, al parecer, de Mariano Bacio Terracino, de 53 años y conocido por su pertenencia al crimen organizado, según información de El Mundo. El asesinato se produce a plena luz del día en la entrada de un bar y en el vídeo, si mal no recuerdo –lo ví una vez y tuve suficiente- aparecen varias personas que “no hacen nada”.
Según El Mundo, “Ninguno de los transeúntes mueve un dedo, aunque es difícil decir si por indiferencia o por miedo a las represalias. Una mujer aparece rascando una tarjeta de lotería mientras Tarracino es asesinado delante de ella. Un vendedor de cigarrillos mueve su puesto unos metros más allá, mientras que un hombre con un bebé mira a la víctima y sigue andando”.
Personalmente es destacable la apreciación que hace el periodista del diario español, “es difícil decir si por indiferencia o por miedo a las represalias”, en relación a las causas por las que los transeúntes italianos no intentan socorrer o “evitar” los dos disparos que recibe la víctima. ¿Quiere eso decir que nos hemos vuelto insensibles a la violencia? ¿Qué no moveríamos un dedo por salvarle la vida a alguien? ¿Nos hemos deshumanizado?
Sí es cierto que parece que nos hemos “acostumbrado” a ver imágenes violentas en televisión. De hecho, comparado con nuestros abuelos, que no veían tanta televisión o no fueron espectadores de tanto crimen, el volumen de imágenes de guerras, violencia, asesinatos, peleas y trifulcas que nosotros hemos presenciado hasta ahora y veremos a través de la TV supera exponencialmente lo que generaciones anteriores han vivido. Antes, cuando no existía la TV (y dejando al margen la Guerra Civil española), un ciudadano veía, a lo largo de su vida, ¿qué? ¿una imagen violenta o dos? Una pelea entre dos vecinos; sí, a algún familiar que fallecía… Pero comparado con lo que ahora padecemos en cada uno de los telediarios el volumen de imágenes dramáticas supera, a mi entender, nuestra capacidad de asimilación humana. Y es posible que supere lo que la mayoría de nosotros estamos dispuestos a soportar. Así que, por una parte, es probable no que seamos insensibles al dolor y la violencia ajena sinó que tratando de olvidarlo o de traspasarlo es la única manera de poder seguir viviendo con un mínimo de felicidad o cordura. Quizá esa capacidad de dejar a un lado ese sufrimiento es uno de los factores que impidan que nos volvamos locos en esta sociedad tan estresante y rebosante de información. Es una manera de autoprotegernos. ¿Qué nos queda sinó?
Estoy segura de que la mayoría de nosotros sufrimos con los conflictos bélicos, con la violencia machista, con el maltrato a niños. No lo toleramos y luchamos por ello en la medida de nuestras posibilidades, pero quizá no necesitamos ver esas imágenes para que nos afecten o pensemos en ello. A veces un testimonio basta, las palabras de una madre que ha perdido a un hijo en una guerra, personalmente, me impresionan en sobre manera, no necesito ver como lo asesinan en plena calle. El bombardeo de imágenes sobrecogedoras es difícil de asimilar. Y repito, tratar de olvidar o no ver ciertas imágenes nada tiene que ver con pasividad o pasotismo.
Tema aparte es la actitud de los transeúntes mientras un sicario asesinaba al hombre que estaba relacionado con la mafia italiana. Es posible que alguno, uno de aquellos ciudadanos quizá pensara en su interior “seguro que se lo merecía” o “yo no muevo un dedo por nadie”. Sin embargo, a mi entender, lo que paralizó a aquellos que presenciaron aquella violencia fue el miedo, el terror en el que viven día a día por las amenazas y extorsiones de la mafia italiana. ¿Quién iba a enfrentarse al asesino, que tenía un arma, el señor que tenía un bebé en brazos? Ni mucho menos aplaudo la actitud de los transeúntes, nada más lejos de mi intención, lo que sí se trata aquí es de entenderla, y de asimilar y clarificar cómo de atemorizada vive la sociedad napolitana a estas alturas después de tantos años de lucha de mafias. No hay que olvidar que la mafia italiana, existe más de una, extorsiona al estado y asesina a jueces. Lo que hay que destacar es ese terror paralizante que impera en más de una sociedad, es posible que en la nuestra también.
Cristina González Pilar